Pretendo con esta bitácora presentar mis reflexiones sobre la situación presente y la posibilidad de seguir pensando en otro mundo posible, mejor para todos, especialmente para los que peor viven. A pesar de los vientos que soplan. O mejor: si somos capaces de hacerlo, aprovechando la fuerza del viento contrario.

martes, 8 de abril de 2014

¿Quién teme a la utopía?






            El domingo, día 6 de abril, desde las 8 y durante gran parte de la mañana, la corrala “La Utopía” fue desalojada. Las veintidós familias que desde hace unos dos años malvivían allí (sin agua y sin conexión a la red eléctrica) han quedado en la calle.


            Cuando, al inicio, eligieron el nombre “Corrala de Vecinas La Utopía” tal vez no esperasen que su acción se convirtiera en Sevilla en un símbolo de lucha por el derecho a la vivienda.
            Utopía: no lugar, lo que no existe en ningún lugar, lo que aún no se ha realizado, pero que se piensa, se desea y se busca como posible[1]. Y eso que se desea y se busca es un mundo justo, libre y fraterno.
            Utopía: Lo que los defensores de la situación presente prefieren definir como lo irrealizable.
            La meta de la buena gente de la corrala no era tan ambiciosa como lo que describe Tomás Moro en su obra[2]. La utopía que perseguían estas familias era -y sigue siendo- esta: que se cumpliera el artículo 47 de la Constitución Española actualmente vigente que reconoce el derecho a una vivienda digna; que se cumpliera el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que recoge ese mismo derecho, del artículo 9 del estatuto de Autonomía de Andalucía en el que se recoge que, «Todas las personas en Andalucía gozan como mínimo de los derechos reconocidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos», (Todas las personas... como mínimo...) Y del artículo 25 de ese mismo estatuto.
            En una palabra: sólo pretendían que se cumpliera la normativa más importante que gobierna la vida de las naciones democráticas, del Estado Español y de la Comunidad Autónoma de Andalucía.


           La situación en el momento de iniciar el desalojo parecía abocada a una próxima solución que, según declaraciones de altos cargos de la Junta de Andalucía y del Defensor del pueblo Andaluz, podría haberse alcanzado el mismo lunes; alguien, sin embargo, no estaba dispuesto a que esta se lograse. ¿Por qué?
            Toda utopía, por definición, supone una crítica a la situación presente: si se busca un orden nuevo, es porque el presente no responde, no da satisfacción  a las necesidades y expectativas de la gente. Por eso la utopía es peligrosa. Para algunos muy peligrosa. Y por eso insisten en que utopía es sinónimo de irrealizable. Porque quieren que sea irrealizable.
            Un mundo justo, un mundo en el que todos podamos vivir con dignidad, un mundo gobernado por los principios de justicia, libertad, igualdad y fraternidad, un orden en el que se realice y consolide, de verdad, lo proclamado en la Declaración de los derechos Humanos tiene que ser, para ellos, irrealizable. Porque a medida que se vaya realizando, su mundo -este mundo en el que unos pocos viven a cuerpo de rey mientras la mayoría malvive o simplemente sobrevive a duras penas- se irá derrumbando. Porque ese otro mundo, que muchos consideremos posible y necesario, supone el fin de sus privilegios.
            De este modo, frente a la utopía irrealizable de la Declaración de los Derechos Humanos y la normas -también utópicas que los recogen, la constitución y el estatuto de Andalucía- hacen prevalecer sus leyes -estas sí, perfectamente aplicables-, que consagran el derecho del dinero por encima de los derechos de las personas.

            La corrala, en Sevilla, había elegido ese nombre “Utopía”. Y para muchos, también de otros lugares, se había convertido en un signo de esperanza de que la utopía, cualquier utopía, no está pero puede llegar a estar realizada.
            No lo podían permitir. Había que matar esa esperanza. Que una lucha llevada a cabo durante dos años  pacíficamente, por métodos no violentos, triunfase... no se podía tolerar. Porque otros podrían pensar que sus utopías dejaban de ser irrealizables. Es hermoso y bello proclamar la utopía, dicen, pero, al mismo tiempo, nos quieren convencer de que es de ilusos pretender alcanzarla.

 
           La solución estaba cerca. El conflicto de intereses iba a resolverse satisfactoriamente. Pero alguien sentía un miedo insuperable a la utopía. Y destruyeron la corrala La Utopía. Les faltó tiempo para exigir o para ordenar el tapiado de las puertas y para destruir y borrar hasta el último vestigio de utopía. Quizá creyeron que así vencerían su miedo.


            En estas circunstancias me vienen a la memoria algunos fragmentos de poemas de un obispo -español, catalán de origen, pero brasileño por su vida y su trabajo-, Pedro Casaldáliga:

           
            ¡Malditas sean
                todas las cercas!
                Malditas todas las
                propiedades privadas
                que nos privan
                de vivir y de amar!
                ¡Malditas sean todas las leyes,
                amañadas por unas pocas manos
                para amparar cercas y bueyes
                y hacer la Tierra esclava
                y esclavos los humanos!
               
                ¡Otra es la tierra nuestra, hombres, todos!
                ¡La humana tierra libre, hermanos![3]

Y en otro lugar:
            Y llamo al orden de mal,
                y al progreso de mentira.
                Tengo menos paz que ira.
                Tengo más amor que paz.[4]

            Un abrazo grande a La Corrala La Utopía, a sus gentes, a sus derechos y a su esperanza.., a su utopía.

            P.D.
            Una pregunta al hilo de lo anterior: ¿Se habrían dedicado tantos esfuerzos para cerrar La Utopía si el edificio hubiera estado enclavado en alguno de los “contenedores de pobres”[5] que circundan Sevilla?


[1]Así termina “Utopía” de Tomás Moro: «...confesaré con sinceridad que en la república de Utopía hay muchas cosas que deseo, más que confío, ver en nuestras ciudades.»
[2] «Las edificios son semejantes y muy bien cuidados, sobre todo en las fachadas. Las calles tienen veinte metros de ancho, y todas las casas están rodeadas de jardín. Las casas tienen una puerta principal y una puerta falsa, con cerraduras muy sencillas, que todos pueden abrir fácilmente, de manera que cualquiera puede entrar y salir por ellas, ya que nadie posee nada en particular. Cada diez años todos cambian de domicilio por sorteo, y todos sienten emulación por dejar la casa lo más arreglada posible». Tomás Moro, Utopía, Segunda pate, cap. II
[3]Pedro Casaldáliga, “Tierra nuestra, libertad”, en Cantares de entera libertad, Managua 1984, pag. 15-16
[4]Ibid., “Canción de la hoz y el haz”, o.c., pág. 21-22
[5] La expresión “contenedores de pobres” no es mía; la escuché hace unos días en la presentación de un muy interesante libro: Francisco José Torres Gutiérrez, Segregación Urbana y exclusión social en Sevilla. El paradigma del Polígono Sur, Sevilla, 2013. Se trata de la tesis doctoral del autor, editada por la Universidad de Sevilla.

viernes, 25 de octubre de 2013

Wert contra Sócrates



            En el año 399 a. C. en Atenas, recién restablecido el sistema democrático, pero con la ciudad todavía convaleciente de las heridas sufridas durante las Guerras del Peloponeso y el posterior gobierno de los Treinta Tiranos, Meleto, Ánito y Licón presentaron una acusación ante el tribunal de los Quinientos cuyo contenido se recoge en la Apología de Sócrates de Platón con estas palabras: «Sócrates delinque corrompiendo a los jóvenes y no creyendo en los dioses en los que la ciudad cree, sino en otras divinidades nuevas.» (24b).
            Extraña que, en un contexto religioso poco preocupado por la ortodoxia, se presentara una acusación de este tipo. Sócrates se defiende de ella afirmando que su convicción de que una voz interior que le impide tomar perturbadoras decisiones es de origen divino, no supone poner en duda las creencias religiosas tradicionales de la ciudad. Reduce además al absurdo la acusación de Meleto en un diálogo en el que Sócrates dirige a su acusador preguntas cargadas su ironía característica. 1
            Después se defiende de la acusación de corromper a la juventud y, al hacerlo, describe lo que sus acusadores entienden por corrupción.
            Explica Sócrates que tratando de entender por qué un oráculo había afirmado que él era el más sabio de todos los hombres se dirige primero a políticos, después a poetas y a
otros colectivos a los que va demostrando, manejando su ya citada y habitual ironía, que la pretendida sabiduría de unos y otros no era tal. Es decir, va desenmascarando a los que se creen sabios por haber alcanzado un puesto importante, por haber acumulado un patrimonio cuantioso o por haberse hecho famosos. Esta actividad, que Sócrates entiende como una exigencia ética2, despierta el interés de sus discípulos:
  «Se añade, a esto, que los jóvenes. que me acompañan espontáneamente -los que disponen de más tiempo, los hijos de los más ricos- se divierten oyéndome examinar a los hombres y, con frecuencia, me imitan e intentan examinar a otros, y, naturalmente, encuentran, creo yo, gran cantidad de hombres que creen saber algo pero que saben poco o nada. En consecuencia, los examinados por ellos se irritan conmigo, y no consigo mismos, y dicen que un tal Sócrates es malvado y corrompe a los jóvenes.» (23cd).
El carácter del filósofo es patente que le acarreó múltiples enemistades. Su actitud crítica ante todo, su exigencia de honestidad y coherencia, de respeto a la verdad y a la justicia, su inconformismo... lo convirtieron en un personaje molesto, un tábano (así se describe él en la Apología platónica, 30e) molesto para algunos hasta la exasperación. Y fueron muchos los que se picaron por las picaduras de este incómodo personaje que, no sólo se atrevía a pensar sobre cualquier asunto, sino que además, ¡que osadía! decía lo que pensaba.
           
            Otros, sin embargo, sus discípulos, jóvenes de buena familia, se sintieron seducidos por ese aliento perturbador y pretendieron imitarlo. Esa era la corrupción que provocaba Sócrates en la juventud: los dotaba de espíritu crítico, los animaba a poner en cuestión todo lo que no fuera el resultado de una reflexión racional.
            Podían soportar su ironía; podrían haber aguantado sus impertinencias; pero que su magisterio diera como resultado unos jóvenes capaces de pensar por sí mismos... resultaba ya del todo intolerable.
           Entre los muchos despropósitos de la LOMCE no es el menor la eliminación casi total de la Filosofía del curriculum de secundaria y bachillerato. Quizá no afecte a muchas personas, pues el colectivo de profesores de Filosofía no es demasiado numeroso. Pero eso no resta importancia a la amputación que se va a realizar en la formación de nuestros jóvenes. En realidad, esta decisión desvela uno de los objetivos principales que se pretende alcanzar con esta reforma educativa: conseguir profesionales eficientes y obedientes, que hagan a la perfección lo que se les ordena, sin plantearse siquiera qué es lo que están haciendo. Y precisamente esto es lo que la filosofía puede hacer imposible.

            La Filosofía no es una materia instrumental, no se incluye en las pruebas internacionales que miden el nivel educacional de los distintos países; no sirve para alcanzar el éxito, fundamentalmente en lo económico, que parece que debe ser el objetivo último de la educación, según se dejó ver en el primer párrafo de la exposición de motivos del primer borrador de la LOMCE: «La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país. El nivel educativo de un país determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país. El nivel educativo de un país determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro.» Y, a continuación, «En la esfera individual, supone facilitar el desarrollo personal y la integración social. El nivel educativo determina las metas y expectativas de la trayectoria vital tanto a nivel profesional como personal, así como el conjunto de conocimientos, recursos y herramientas de aprendizaje que capacitan a una persona a cumplir con éxito los objetivos planteados.» 3
            El disparate era tan patente que en un borrador posterior ese párrafo se modificó y fue sustituido por este otro: «Los alumnos son el centro y la razón de ser de la educación. El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, criticas, con pensamiento propio. Todos los alumnos tienen un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento. Nuestras personas y sus talentos son lo más valioso que tenemos como país.»4
            El cambio es radical; pero el papel parece que lo aguanta todo. Hay cosas que no se pueden decir, aunque se busquen. Por eso, la minusvaloración de la Filosofía en el curriculum del Bachillerato, de acuerdo con la norma ya aprobada en el Congreso5, descubre que ha prevalecido la primera intención; y que las bellas palabras con que reemplazaron a las primeras no sirven para otra cosa que para enmascarar la primera y verdadera intención de la ley. Los hechos -la parte dispositiva de la ley y, en concreto, los artículos en los que se establece el curriculum de los últimos cursos de secundaria- contradicen esa bella declaración de intenciones, al convertir en optativa la Formación Ética en 4º de E.S.O., que se ofrecerá como alternativa a la Religión y la práctica eliminación de la Historia de la Filosofía, reduciéndola a una mera optativa en 2º de Bachillerato.

            Si el Sr. ministro de Educación hubiera estado en el tribunal de los 500, seguro que habría aceptado como cierta la acusación de Meleto y Ánito: la filosofía, personalizada en el incómodo Sócrates, corrompe a la juventud; precisamente porque contribuye (evidentemente, no de manera exclusiva) a formar personas autónomas, criticas, con pensamiento propio. Dado que la pena de muerte está fuera de nuestro horizonte constitucional, podemos pensar que nuestro ministro habría optado por una condena distinta a la ingestión de la cicuta. Pero seguro que habría propuesto medidas para impedir que la corrupción se apoderara de los jóvenes. Medidas como las que prescribe esta perniciosa ley.
            El problema es que esta decisión pretende algo que, a medio plazo, es imposible: detener la historia, acabar con el progreso.6
            En su teoría sobre las generaciones7 Ortega señala que lo que hace posible el progreso de la historia es, precisamente la polémica entre las generaciones. Cada generación, dice, recibe la herencia vivida y pensada por las anteriores; pero, además, debe construir su propio modo de vida, lo que supone una cierta rebeldía frente a lo recibido. Y esta rebeldía es precisamente lo que hace posible la innovación y el progreso de la historia. Y eso es lo que esta ley, si llega a aplicarse, obstaculizará gravemente.
            Sirva para terminar esta cita de Ortega, el filósofo español más conocido y, posiblemente, más apreciado: La notoria «inutilidad» de la filosofía es acaso el síntoma más favorable para que veamos en ella el verdadero conocimiento. Una cosa que sirve es una cosa que sirve para otra, y en esa medida es servil. La filosofía, que es la vida auténtica, la vida poseyéndose a sí misma, no es útil para nada ajeno a ella misma. En ella, el hombre es sólo siervo de sí mismo, lo cual quiere decir que sólo en ella el hombre es señor de sí mismo. Mas, por supuesto, la cosa no tiene importancia. Queda usted en entera libertad de elegir entre estas dos cosas: o ser filósofo o ser sonámbulo. 8
            ¿Preferirá el señor ministro -y los parlamentarios que den o hayan dado el sí a esta ley- una juventud de sonámbulos para evitar que se comporten como molestos tábanos, al estilo del viejo Sócrates?



1 Jenofonte en su Recuerdos de Sócrates abunda en este sentido diciendo que «...me sorprende que los atenienses se dejaran convencer de que Sócrates no tenía una opinión sensata sobre los dioses, a pesar de que nunca dijo o hizo nada impío, sino que más bien decía y hacía respecto a los dioses lo que diría y haría una persona que fuera considerada piadosísima»
2 En efecto, voy por todas partes sin hacer otra cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni, con tanto afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible, diciéndoos: «No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos.» Si corrompo a los jóvenes al decir tales palabras, éstas serían dañinas. 30 b
6 En la LOMCE hay muchos otros elementos de difícil asimilación para una mentalidad crítica y autónoma, como puede ser la puesta en práctica del darwinismo social en el campo de la educación, aunque esto pude ser objeto de otra releflexión y de uno próxima entrada en el blog.
7 Desarrollada sobre todo en  “En torno a Galileo” curso explicado en 1933, y recogido en el vol. V de sus Obras Completas.
8 J. Ortega y Gasset, Bronca en la Física, recogido en el vol. V de sus Obras Completas.

sábado, 13 de julio de 2013

La nota



            Según el ministro de educación, los alumnos que deseen obtener una beca del ministerio, además de  que estén debajo de los umbrales de renta establecidos, deben aprobar todas las asignaturas (salvo en las ingenierías que se acepta un pequeño porcentaje de créditos suspensos) y, además obtener  una nota media de 6,5 o, como parece que será tras la rectificación a la que le han obligado los consejeros  autonómicos de Educación, un 5,5. La razón de esta exigencia es que la sociedad no puede estar subvencionando  a estudiantes que no rinden adecuadamente. El razonamiento parece, a primera vista, totalmente cargado de  razón. Nadie puede querer que los recursos de la sociedad se dediquen a alimentar la vagancia. Pero...

            A pesar de lo mucho que las tasas universitarias han subido, éstas no cubren más que el 20 %  aproximadamente del costo total de la enseñanza universitaria. Esto quiere decir, que todos los universitarios  que estudian en las Universidades están subvencionados, unos al 80% y otros, los que tienen menos recursos  económicos en su unidad familiar, al 100%.

            A hora bien: si a un estudiante se le niega la beca porque no ha llegado al mínimo que exige el ministro,  si sus recursos son tan escasos que no puede pagar las tasas, tendrá que abandonar la universidad. Con ello el  Estado se ahorra el otro 80 %.

            ¿Y que sucede con los malos estudiantes que tienen recursos suficientes para pagar las tasas y no  necesitan beca? Estos podrán seguir estudiando y, aunque tengan muchos suspensos y su media no se acerque  ni siquiera al cinco, seguirán gozando de una subvención estatal equivalente al 80% del costo de su  carrera.

            La pregunta cae por su peso ¿Debe la sociedad seguir subvencionando a los vagos con dinero? Según la lógica del ministro, a los que no lleguen al 5,5 habría que exigirles que pagaran el 100% de lo que cuesta su enseñanza.
Calificaciones de A. Einstein
            La exigencia de una calificación es siempre discriminatoria; sobre todo si no se tienen en cuenta muchas circunstancias que pueden ser la causa del bajo rendimiento de un estudiante: necesidad de compatibilizar estudios y trabajo, ambiente desfavorable para el estudio en casa... Y resulta más discriminatoria aún si su nivel económico es tan bajo que le impide seguir estudiando y le obliga a renunciar a alcanzar un título universitario.
            Podría darse esta situación: un chico necesita trabajar para pagarse los estudios y, por tanto, no puede dedicar al estudio todo el tiempo necesario y, en consecuencia, no logra los resultados mínimos que exige el ministerio para conseguir una beca. Tiene que abandonar los estudios; pero sus impuestos -directos e indirectos- y los de su familia, a través de los presupuestos estatales, financian los estudios de los que, sean buenos o malos estudiantes, tienen recursos para pagar las tasas.

            Concluyendo: la política de becas del Ministerio de Educación va a producir las siguientes consecuencias:

1.                  Decenas de miles de universitarios perderán sus becas.

2.                  Muchos de ellos deberán abandonar sus estudios y, posiblemente, engrosar las cifras de desempleo juvenil.

3.                  El número de universitarios disminuirá, lo que, más bien pronto que tarde, permitirá mandar al paro a un buen número de profesores universitarios y, tal vez, cerrar alguna que otra universidad.

4.                  El ministerio conseguirá así un doble ahorro: a lo que deje de dedicar a becas habrá que sumarle los salarios que no tendrá que pagar.

5.                  Ese ahorro quizá sirva para mejorar la calidad de enseñanza de los que queden, es decir, de los que tengan recursos para pagar las tasas que, aunque no rindan adecuadamente, podrán seguir gozando de una subvención equivalente al 80% del costo de sus estudios.

6.                  En todo caso, nos podríamos encontrar con dos tipos de titulaciones: las más exigentes, como las ingenierías o medicina, en las que es difícil aprobar el curso entero -y que son las que dan paso a profesiones mejor remuneradas- y que quedarían reservadas a esas clases sociales con capacidad para afrontar los costes de las tasas -las de cada curso y las de las materias suspensas de las que deberían volver a matricularse; y otras, más ligeras, como las que dan acceso a la enseñanza, reservadas a los hijos de las familias con menos recursos.

7.                  La educación universitaria se habrá convertido o habrá iniciado el camino para convertirse en elitista y clasista, reservada a las clases tradicionalmente dominantes de nuestra sociedad. Y en mecanismo de perpetuación de las desigualdades sociales.

8.                  A los hijos de los trabajadores les quedará muy claro cual será su muy oscuro futuro.

            Nadie duda de que la educación, en España, necesita una reforma importante. Pero creo que justamente en la dirección contraria a la que parece haber elegido el gobierno. Lo que necesita el sistema educativo español es aumentar los recursos con los que cuenta, muy por debajo de los países de nuestro entorno. Prestigiar la actividad docente, dotar a los centros de todos los medios necesarios para la formación permanente de los docentes y la actualización constante de los medios y métodos de enseñanza y aprendizaje.
            Y lo que necesita la sociedad española es aprovechar todos los talentos que en ella se encuentran, sin desperdiciar ninguno. En todo caso, esto sería un despilfarro; pero, además, si los talentos que se malogran son los de aquellos a los que esta misma sociedad ha excluido del reparto de los beneficios sociales, estaríamos ante  una imperdonable injusticia.

viernes, 5 de julio de 2013

Los expertos





            El pasado 14 de junio,  viernes, se presentó con toda solemnidad el “Informe del comité de expertos sobre el factor de sostenibilidad del sistema público de pensiones”. En la intervención del presidente del susodicho comité, me llamó la atención el énfasis con el que el presidente resaltaba que el informe era un informe técnico, no político.
 Dr. Víctor Pérez Díaz, presidente del comité de expertos

            Es cierto que, en el mismo acto, se dijo que el informe era sólo una propuesta y que, a partir de ahora se abre “un horizonte de decisiones políticas”, pero muy pronto el gobierno, por boca de la ministra de Empleo y Seguridad Social situó en primera línea ese, digamos presunto, carácter técnico del informe al afirmar que se trata de un documento “honesto y técnicamente robusto”.
            No es mi intención hacer un análisis del contenido de este documento ni mucho menos de sus aspecto técnico y económico. Ya he dejado claro que “yo no soy economista”. Pero sí quisiera ofrecer una reflexión acerca del recurso cada vez más utilizado por este gobierno de acudir a los comités de expertos, que se presentan con un carácter  científico y técnico, políticamente neutral para ofrecer a la sociedad toda y nada más que su mucha ciencia. Y de forma intelectualmente desinteresada.
            Este es el segundo comité de expertos que asesora al gobierno sobre reformas de importancia: el 12 de febrero de este mismo año otro comité entregaba al ministro de Educación un informe con propuestas para la reforma de las enseñanzas universitarias.
            Y se anuncia un tercero, anunciado por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que asesorará al Gobierno en materia de impuestos.

            ¿A qué viene tanto comité? ¿No tiene la administración del Estado funcionarios expertos en las distintas materias? ¿No tienen ya los ministros suficientes asesores fijos y bien pagados en sus respectivos ministerios?

            En realidad los comités de expertos sirven de poco; nuestros gobernantes ya saben -aunque dijeran lo contrario en la campaña electoral- lo que quieren hacer con las pensiones, con la educación pública, con la sanidad y con los impuestos. Sus verdaderas intenciones ya están formuladas en las recomendaciones de las instituciones europeas, el FMI, el Banco Central Europeo... la troika, dócilmente incluidas en los distintos planes de reformas iniciados con el gobierno anterior y agravados -sí, van a agravar los males de la sociedad española-  en los del presente. Por eso, cuando lo que dicen los expertos no interesa, se hace lo contrario: véase en este enlace un ejemplo: Wert decide hacer lo contrario de lo que le recomiendan los expertos en materia de becas.
            Entonces, ¿qué sentido tiene esta multiplicación de comités de expertos?

¿Quién sigue a quien?
            Jürgen Habermas, ya en 1968 estableció sólidamente la afirmación de que no existe conocimiento desinteresado, sino que el conocimiento humano se configura necesariamente de acuerdo a los intereses del conocimiento: el técnico, propio de las ciencias  de la naturaleza y técnicas que se expresa con su lenguaje propio, fisicalista (medidas, datos..), el práctico, propio de las ciencias sociales y humanas que se traduce en un lenguaje intencional, (categorías morales, libertad, justicia...). No existe, dice Habermas, una “teoría pura”, como estos comités de expertos nos quieren hacer creer, es más «Que el interés sea reprimido [esto es, ocultado, disimulado] es algo que sigue formando parte de este mismo interés.» (Ciencia y técnica... 167) 1.
            Explica Habermas que en la pretensión, digamos intelectualmente honesta, de una teoría pura, pretensión característica de la filosofía clásica, se escondía un tercer tipo de interés: el de encontrar en el contexto del orden cósmico el prototipo para la ordenación del mundo humano (Ciencia y técnica... 167), que será lo que él llamará enseguida el interés emancipativo. Ese interés debe estar explícitamente presente en las ciencias orientadas hacia la crítica de la realidad y que, a partir de la reflexión sobre el hombre mismo, se encaminan hacia la liberación de todas las situaciones de dominación. De este modo, las ciencias de la acción (economía, sociología, política...), que deben tener esta orientación crítica, deben elaborar sus teorías expresa y manifiestamente para desbrozar el camino a la humanidad hacia un orden vital en el que las personas se vean libres de lo que el autor llama poderes hipostasiados, fuerzas de dominación que están por encima y fuera de control de los individuos.
            Con esto llegamos a una primera conclusión: el comité de expertos presenta su informe como una teoría pura, neutral, que obedece a leyes científicas ajenas a cualquier tipo de interés. Pero esa pretendida neutralidad esconde el verdadero interés: reprimir el interés emancipativo. Hablando con claridad: el pretendido desinterés de estos informe esconde el interés por mantener el dominio de los poderes financieros sobre la sociedad. Por eso se oponen o desprecian otras teorías que, con el mismo o aún mayor rigor científico, se presentan sin esconder el interés con el han sido elaboradas, tratando de empujar a la sociedad hacia un orden más justo, más equitativo, más verdaderamente humano.
            Prueba de esto es la composición del comité y las relaciones de sus miembros con la banca y las compañías de seguros. He aquí la primera razón por la que el presidente del comité de expertos en pensiones ponía tanto énfasis al afirmar que su informe era técnico, no político. Aunque no deje se resultar sorprendente ver al pie de dicho informe la firma de algún miembro ligado a los sindicatos.

            La verdadera utilidad de estos comités es hacer uso de la ciencia, del presunto conocimiento y de la técnica para justificar las decisiones políticas y, sobre todo, la desigualdad y la injusticia, es decir usar la ciencia como instrumento de legitimación de la opresión.
            H. Marcuse y J. Habermas analizan los instrumentos de legitimación de la dominación en un momento en que en los países más desarrollados el proceso de crecimiento parecía imparable. El primero en El hombre unidimensional y el segundo en Conocimiento e interés y en Ciencia y técnica como “ideología” ponen de manifiesto que, para legitimar la dominación que los poderes político y económico ejercen sobre la mayoría de la sociedad, ya no se utiliza el recurso al carácter natural de las leyes de la economía -en esa época, en los Estados más avanzados de Europa, en los que gobernaban partidos socialdemócratas la intervención estatal en la economía tenía un peso decisivo- sino la racionalidad de las decisiones que se adoptaban. Estas decisiones no podían ser otras, sino que venían exigidas por su carácter racional. Esto suponía sustraer a la sociedad el debate político, la discusión acerca de las decisiones que el poder adoptaba especialmente en el ámbito de la economía: estas decisiones son las que exige la ciencia y es, por tanto, a los científicos a quienes compete indicar  cuales deben ser estas. De esta forma, «...la fuente tangible de explotación desaparece detrás de la fachada de racionalidad objetiva. ... y el velo tecnológico oculta la reproducción de la desigualdad y la esclavitud» (H. Marcuse, El hombre unidimensional, pg. 62)2. Marcuse, dice Habermas está convencido de que «en nombre de la racionalidad lo que se impone es una determinada forma de oculto dominio político» (Ciencia y técnica... 54)
            En la época en la que escribía Marcuse el progreso parecía imparable. El mundo desarrollado estaba rehaciéndose del desastre de la segunda guerra mundial y el futuro siempre aparecía como algo mejor que el presente y, por supuesto que el pasado. Pero su razonamiento me parece que sigue siendo perfectamente válido: «Hoy, la dominación se perpetúa y se difunde no sólo por medio de la tecnología sino como tecnología, y la última provee la gran legitimación del poder político en expansión, que absorbe todas las esferas de la cultura.
            En este universo, la tecnología también provee la gran racionalización para la falta de libertad del hombre y demuestra la imposibilidad «técnica» de ser autónomo, de determinar la propia vida. Porque esta falta de libertad no aparece ni como irracional ni como política, sino más bien como una sumisión al aparato técnico que aumenta las comodidades de la vida y aumenta la productividad del trabajo. La racionalidad tecnológica protege así, antes que niega, la legitimidad de la dominación y el horizonte instrumentalista de la razón se abre a una sociedad racionalmente totalitaria.» (H. Marcuse, El hombre unidimensional, pg. 186).
            A partir de estas ideas de Marcuse, Habermas, en la misma línea llega a la conclusión de que, en las sociedades de capitalismo avanzado la Ciencia y la Técnica son la nueva ideología que legitima el poder político opresor. La Ciencia y la Técnica favorecen una permanente y constante revalorización del capital, lo que permite una elevada tasa de crecimiento económico lo que, a su vez, favorece un fuerte incremento del consumo y esto es lo que las masas quieren, ose les hace querer. El desarrollo científico aparece así como la variable de la que depende todo lo demás por lo que no tiene sentido someter a discusión en el ámbito de la ética o la política las decisiones que se deben tomar en el ámbito institucional y las masas quedan despolitizadas: «La despolitización de la masa de la población, que viene legitimada por la conciencia tecnocrática, es al mismo tiempo una objetivación de los hombres en categorías tanto de la acción racional con respecto a fines como del comportamiento adaptativo: los modelos cosificados de la ciencia transmigran al mundo sociocultural de la vida y obtienen allí un poder objetivo sobre la autocomprensión. El núcleo ideológico de esta conciencia es la eliminación de la diferencia, entre práctica y técnica —un reflejo, que no concepto, de la nueva constelación que se produce entre el marco institucional depotenciado y los sistemas autonomizados de la acción racional con respecto a fines.» (Ciencia y técnica... 99 -el subrayado es mío).
            Si en la época de Marcuse y de Habermas el incremento del consumo, la aspiración a tener más y consumir más era lo que favorecía la despolitización de las masas y la utilización de la Ciencia como ideología, ahora se pretende lo que juegue ese papel sea el miedo a perder lo que se tiene: miedo a que el país entre en bancarrota, miedo a que se venga abajo el sistema de pensiones, miedo a que sea imposible mantener el sistema de salud..., miedos todos ellos que encuentran su fundamento en los informes “desinteresados”de los expertos.
  
¿Para  quién, para qué trabajamos?
         
Y esta es la segunda conclusión: los comités de expertos no son más que una añagaza, un truco para arrebatar a la sociedad el debate sobre sus propios problemas y la capacidad para escoger las soluciones a los mismos. Si el problema es un problema científico, dejemos a los sabios que hablen y adoptemos sin más crítica la decisión que ellos nos ofrezcan. Ni la política ni la ética (la dimensión práctica en palabras de Habermas) tienen nada que decir. Y, elegidos “bien” los expertos, acabarán diciendo lo que al poder financiero le interesa. Como decía José Luis Sampedro,
«hay dos tipos de economistas: los que trabajan para que los ricos sean más ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres»
            En este sentido es significativo el punto de vista del único miembro del comité de expertos sobre pensiones que se ha opuesto al informe final que califica las propuestas de dicho informe, en caso de que se pusieran en práctica, como un fraude social intolerable y, al mismo tiempo, pone en duda la posibilidad de un informe desinteresado sobre las pensiones.

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1. Jürgen Habermas, Ciencia y técnica como ideología, Madrid, Tecnos, 1984.
2. Herbert Marcuse, El hombre unidimensional, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993