Según el ministro de educación, los
alumnos que deseen obtener una beca del ministerio, además de que estén debajo de los umbrales de renta
establecidos, deben aprobar todas las asignaturas (salvo en las ingenierías que
se acepta un pequeño porcentaje de créditos suspensos) y, además obtener una nota media de 6,5 o, como parece que será
tras la rectificación a la que le han obligado los consejeros autonómicos de Educación, un 5,5. La razón de
esta exigencia es que la sociedad no puede estar subvencionando a estudiantes que no rinden adecuadamente. El
razonamiento parece, a primera vista, totalmente cargado de razón. Nadie puede querer que los recursos de
la sociedad se dediquen a alimentar la vagancia. Pero...
A pesar de lo mucho que las tasas
universitarias han subido, éstas no cubren más que el 20 % aproximadamente del costo total de la
enseñanza universitaria. Esto quiere decir, que todos los universitarios que estudian en las Universidades están
subvencionados, unos al 80% y otros, los que tienen menos recursos económicos en su unidad familiar, al 100%.
A hora bien: si a un estudiante se
le niega la beca porque no ha llegado al mínimo que exige el ministro, si sus recursos son tan escasos que no puede
pagar las tasas, tendrá que abandonar la universidad. Con
ello el Estado se ahorra el otro 80 %.
¿Y que sucede con los malos
estudiantes que tienen recursos suficientes para pagar las tasas y no necesitan beca? Estos podrán seguir
estudiando y, aunque tengan muchos suspensos y su media no se acerque ni siquiera al cinco, seguirán gozando de
una subvención estatal equivalente al 80% del costo de su carrera.
La pregunta cae por su peso ¿Debe la
sociedad seguir subvencionando a los vagos con dinero? Según la lógica del
ministro, a los que no lleguen al 5,5 habría que exigirles que pagaran el 100%
de lo que cuesta su enseñanza.
Calificaciones de A. Einstein |
La exigencia de una calificación es
siempre discriminatoria; sobre todo si no se tienen en cuenta muchas
circunstancias que pueden ser la causa del bajo rendimiento de un estudiante:
necesidad de compatibilizar estudios y trabajo, ambiente desfavorable para el
estudio en casa... Y resulta más discriminatoria aún si su nivel económico es
tan bajo que le impide seguir estudiando y le obliga a renunciar a alcanzar un
título universitario.
Podría darse esta situación: un
chico necesita trabajar para pagarse los estudios y, por tanto, no puede
dedicar al estudio todo el tiempo necesario y, en consecuencia, no logra los
resultados mínimos que exige el ministerio para conseguir una beca. Tiene que
abandonar los estudios; pero sus impuestos -directos e indirectos- y los de su
familia, a través de los presupuestos estatales, financian los estudios de los
que, sean buenos o malos estudiantes, tienen recursos para pagar las tasas.
Concluyendo: la política de
becas del Ministerio de Educación va a producir las siguientes consecuencias:
1.
Decenas de miles
de universitarios perderán sus becas.
2. Muchos de ellos deberán abandonar sus estudios y, posiblemente, engrosar las cifras de desempleo juvenil.
3. El número de universitarios disminuirá, lo que, más bien pronto que tarde, permitirá mandar al paro a un buen número de profesores universitarios y, tal vez, cerrar alguna que otra universidad.
4. El ministerio conseguirá así un doble ahorro: a lo que deje de dedicar a becas habrá que sumarle los salarios que no tendrá que pagar.
5. Ese ahorro quizá sirva para mejorar la calidad de enseñanza de los que queden, es decir, de los que tengan recursos para pagar las tasas que, aunque no rindan adecuadamente, podrán seguir gozando de una subvención equivalente al 80% del costo de sus estudios.
6. En todo caso, nos podríamos encontrar con dos tipos de titulaciones: las más exigentes, como las ingenierías o medicina, en las que es difícil aprobar el curso entero -y que son las que dan paso a profesiones mejor remuneradas- y que quedarían reservadas a esas clases sociales con capacidad para afrontar los costes de las tasas -las de cada curso y las de las materias suspensas de las que deberían volver a matricularse; y otras, más ligeras, como las que dan acceso a la enseñanza, reservadas a los hijos de las familias con menos recursos.
7. La educación universitaria se habrá convertido o habrá iniciado el camino para convertirse en elitista y clasista, reservada a las clases tradicionalmente dominantes de nuestra sociedad. Y en mecanismo de perpetuación de las desigualdades sociales.
8. A los hijos de los trabajadores les quedará muy claro cual será su muy oscuro futuro.
2. Muchos de ellos deberán abandonar sus estudios y, posiblemente, engrosar las cifras de desempleo juvenil.
3. El número de universitarios disminuirá, lo que, más bien pronto que tarde, permitirá mandar al paro a un buen número de profesores universitarios y, tal vez, cerrar alguna que otra universidad.
4. El ministerio conseguirá así un doble ahorro: a lo que deje de dedicar a becas habrá que sumarle los salarios que no tendrá que pagar.
5. Ese ahorro quizá sirva para mejorar la calidad de enseñanza de los que queden, es decir, de los que tengan recursos para pagar las tasas que, aunque no rindan adecuadamente, podrán seguir gozando de una subvención equivalente al 80% del costo de sus estudios.
6. En todo caso, nos podríamos encontrar con dos tipos de titulaciones: las más exigentes, como las ingenierías o medicina, en las que es difícil aprobar el curso entero -y que son las que dan paso a profesiones mejor remuneradas- y que quedarían reservadas a esas clases sociales con capacidad para afrontar los costes de las tasas -las de cada curso y las de las materias suspensas de las que deberían volver a matricularse; y otras, más ligeras, como las que dan acceso a la enseñanza, reservadas a los hijos de las familias con menos recursos.
7. La educación universitaria se habrá convertido o habrá iniciado el camino para convertirse en elitista y clasista, reservada a las clases tradicionalmente dominantes de nuestra sociedad. Y en mecanismo de perpetuación de las desigualdades sociales.
8. A los hijos de los trabajadores les quedará muy claro cual será su muy oscuro futuro.
Nadie duda de que la educación, en
España, necesita una reforma importante. Pero creo que justamente en la dirección
contraria a la que parece haber elegido el gobierno. Lo que necesita el sistema
educativo español es aumentar los recursos con los que cuenta, muy por debajo
de los países de nuestro entorno. Prestigiar la actividad docente, dotar a los
centros de todos los medios necesarios para la formación permanente de los
docentes y la actualización constante de los medios y métodos de enseñanza y
aprendizaje.
Y lo que necesita la sociedad española
es aprovechar todos los talentos que en ella se encuentran, sin desperdiciar
ninguno. En todo caso, esto sería un despilfarro; pero, además, si los talentos
que se malogran son los de aquellos a los que esta misma sociedad ha excluido
del reparto de los beneficios sociales, estaríamos ante una imperdonable injusticia.