Tras la decisión del Comité Federal del PSOE de abstenerse en la segunda sesión de investidura del segundo intento de Rajoy, algunos miembros de este partido han sugerido la posibilidad de acogerse a la objeción de conciencia prevista en la normativa estatutaria de este partido.
Ante tal pretensión, algunos dirigentes de éste y otros partidos y algunos opinadores profesionales han argumentado que el asunto de investir presidente del gobierno a Mariano Rajoy es un asunto político que nada tiene que ver con la conciencia.
Quienes así se expresan consideran que la conciencia es un ámbito reservado a los asuntos morales de carácter individual con lo que su pensamiento se acerca peligrosamente al de Maquiavelo, que opinaba que en política lo que hay que buscar es la eficacia sin tener en cuenta para nada la moral que queda reservada a las decisiones estrictamente individuales: «Por todo ello, es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar esta capacidad en función de la necesidad.» (N. Maquiavelo, El Príncipe, cap. XV): la rectitud moral está bien, siempre que no estorbe a los objetivos que se pretenden alcanzar.
Pero ¿cómo es posible decir que la elección de un gobernante, que se hace en representación de la ciudadanía, es un asunto que nada tiene que ver con la conciencia?
¿Es irrelevante desde el punto de vista ético dar el voto a una persona honesta o a una persona corrupta? ¿Es moralmente indiferente elegir para que gobierne a quien va a hacerlo en favor de los más desfavorecidos o, por el contrario, a quien va a llevar a cabo políticas que favorezcan a los privilegiados y hagan cada vez más profunda la brecha de la desigualdad?
¿Es éticamente neutra la decisión de apoyar a quien va a gobernar obedeciendo al pueblo (eso es lo que significa democracia: que es el pueblo el que manda) o la de apoyar a quien lo hará obedeciendo a los poderes financieros?
Y, finalmente: ¿no tiene importancia ante la propia conciencia la fidelidad y la lealtad a la palabra dada?
Es posible que alguna de las personas que han opinado que este asunto queda fuera del ámbito de la conciencia moral piense, no como Platón, o como Kant, para quienes la práctica política debe ser la realización histórica de la ética, sino, de nuevo, como Maquiavelo: «Cuán loable es en un príncipe mantener la palabra dada y comportarse con integridad y no con astucia. Sin embargo, la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres. Al final han superado a quienes se han fundado en la lealtad.» (Ibid. Cap. XVIII).
Tal vez alguien me dirá que no se trata de la conciencia moral, sino de la conciencia psicológica; pero en ese caso el asunto es aún más serio, la enfermedad más grave; pues resultaría entonces que, según esa opinión, el hacer posible que alguien se convierta en presidente del gobierno se puede hacer de manera... inconsciente.