El domingo, día 6 de abril, desde las 8 y durante gran parte de la mañana, la corrala “La Utopía” fue desalojada. Las veintidós familias que desde hace unos dos años malvivían allí (sin agua y sin conexión a la red eléctrica) han quedado en la calle.
Cuando,
al inicio, eligieron el nombre “Corrala de Vecinas La Utopía” tal vez no
esperasen que su acción se convirtiera en Sevilla en un símbolo de lucha por el
derecho a la vivienda.
Utopía: no lugar, lo que no existe en ningún lugar, lo que aún no se ha
realizado, pero que se piensa, se desea y se busca como posible[1]. Y
eso que se desea y se busca es un mundo justo, libre y fraterno.
Utopía:
Lo que los defensores de la situación presente prefieren definir como lo
irrealizable.
La
meta de la buena gente de la corrala no era tan ambiciosa como lo que describe
Tomás Moro en su obra[2]. La utopía que perseguían estas familias era
-y sigue siendo- esta: que se cumpliera el artículo 47 de la Constitución
Española actualmente vigente que reconoce el derecho a una vivienda digna; que
se cumpliera el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos,
que recoge ese mismo derecho, del artículo 9 del estatuto de Autonomía de
Andalucía en el que se recoge que, «Todas
las personas en Andalucía gozan como mínimo de los derechos reconocidos en la
Declaración Universal de Derechos Humanos», (Todas las personas... como mínimo...) Y del artículo 25 de ese
mismo estatuto.
En
una palabra: sólo pretendían que se cumpliera la normativa más importante que
gobierna la vida de las naciones democráticas, del Estado Español y de la
Comunidad Autónoma de Andalucía.
Toda
utopía, por definición, supone una crítica a la situación presente: si se busca
un orden nuevo, es porque el presente no responde, no da satisfacción a las necesidades y expectativas de la gente.
Por eso la utopía es peligrosa. Para algunos muy peligrosa. Y por eso insisten
en que utopía es sinónimo de irrealizable. Porque quieren que sea irrealizable.
Un
mundo justo, un mundo en el que todos podamos vivir con dignidad, un mundo
gobernado por los principios de justicia, libertad, igualdad y fraternidad, un
orden en el que se realice y consolide, de verdad, lo proclamado en la
Declaración de los derechos Humanos tiene que ser, para ellos, irrealizable.
Porque a medida que se vaya realizando, su mundo -este mundo en el que unos
pocos viven a cuerpo de rey mientras la mayoría malvive o simplemente sobrevive
a duras penas- se irá derrumbando. Porque ese otro mundo, que muchos
consideremos posible y necesario, supone el fin de sus privilegios.
De
este modo, frente a la utopía
irrealizable de la Declaración de los Derechos Humanos y la normas -también
utópicas que los recogen, la constitución y el estatuto de Andalucía- hacen
prevalecer sus leyes -estas sí, perfectamente aplicables-, que consagran el
derecho del dinero por encima de los derechos de las personas.
La
corrala, en Sevilla, había elegido ese nombre “Utopía”. Y para muchos, también
de otros lugares, se había convertido en un signo de esperanza de que la
utopía, cualquier utopía, no está pero puede llegar a estar realizada.
No
lo podían permitir. Había que matar esa esperanza. Que una lucha llevada a cabo
durante dos años pacíficamente, por
métodos no violentos, triunfase... no se podía tolerar. Porque otros podrían
pensar que sus utopías dejaban de ser irrealizables. Es hermoso y bello
proclamar la utopía, dicen, pero, al mismo tiempo, nos quieren convencer de que
es de ilusos pretender alcanzarla.
La solución estaba cerca. El conflicto de intereses iba a resolverse satisfactoriamente. Pero alguien sentía un miedo insuperable a la utopía. Y destruyeron la corrala La Utopía. Les faltó tiempo para exigir o para ordenar el tapiado de las puertas y para destruir y borrar hasta el último vestigio de utopía. Quizá creyeron que así vencerían su miedo.
En estas circunstancias me vienen a la memoria algunos fragmentos de poemas de un obispo -español, catalán de origen, pero brasileño por su vida y su trabajo-, Pedro Casaldáliga:
¡Malditas sean
todas las cercas!
Malditas todas las
propiedades privadas
que nos privan
de vivir y de amar!
¡Malditas sean todas las leyes,
amañadas por unas pocas manos
para amparar cercas y bueyes
y hacer la Tierra esclava
y esclavos los humanos!
¡Otra es la tierra nuestra,
hombres, todos!
¡La humana tierra libre,
hermanos![3]
Y en otro lugar:
Y llamo al orden de mal,
y al progreso de mentira.
Tengo menos paz que ira.
Tengo más amor que paz.[4]
Un
abrazo grande a La Corrala La Utopía, a sus gentes, a sus derechos y a su
esperanza.., a su utopía.
P.D.
Una
pregunta al hilo de lo anterior: ¿Se habrían dedicado tantos esfuerzos para
cerrar La Utopía si el edificio hubiera estado enclavado en alguno de los “contenedores de pobres”[5]
que circundan Sevilla?
[1]Así termina “Utopía” de Tomás Moro: «...confesaré con sinceridad que en la república de Utopía hay muchas
cosas que deseo, más que confío, ver en nuestras ciudades.»
[2] «Las edificios son
semejantes y muy bien cuidados, sobre todo en las fachadas. Las calles tienen
veinte metros de ancho, y todas las casas están rodeadas de jardín. Las casas
tienen una puerta principal y una puerta falsa, con cerraduras muy sencillas, que
todos pueden abrir fácilmente, de manera que cualquiera puede entrar y salir
por ellas, ya que nadie posee nada en particular. Cada diez años todos cambian
de domicilio por sorteo, y todos sienten emulación por dejar la casa lo más
arreglada posible». Tomás Moro, Utopía, Segunda pate, cap. II
[3]Pedro Casaldáliga, “Tierra
nuestra, libertad”, en Cantares de
entera libertad, Managua 1984, pag. 15-16
[4]Ibid., “Canción de la hoz
y el haz”, o.c., pág. 21-22
[5] La expresión “contenedores
de pobres” no es mía; la escuché hace unos días en la presentación de un
muy interesante libro: Francisco José Torres Gutiérrez, Segregación Urbana y
exclusión social en Sevilla. El paradigma del Polígono Sur, Sevilla, 2013. Se
trata de la tesis doctoral del autor, editada por la Universidad de Sevilla.